En cada rincón del territorio nacional hay calles, escuelas, centros culturales y parques que llevan su nombre, incluida nuestra provincia. Sin embargo, pocos pueden responder con certeza a una pregunta fundamental, ¿quién fue María Trinidad Sánchez? ¿Qué representa para nuestra historia y por qué deberíamos, hoy más que nunca, mirar hacia su ejemplo?
María Trinidad Sánchez fue mucho más que la tía de Francisco del Rosario Sánchez. Fue una heroína, una mujer valiente, visionaria y decidida que, en pleno siglo XIX, decidió jugarse la vida por la independencia de la República Dominicana.
Alfabetizada en una época donde muy pocas mujeres lo estaban, entregó sus conocimientos, su tiempo, sus recursos y su cuerpo entero a la causa de la libertad nacional.
Participó activamente en la confección de la primera bandera dominicana junto a Concepción Bona y otras mujeres patriotas. Pero su rol no se quedó ahí: actuó como mensajera y colaboradora de los movimientos clandestinos, llevando información clave para la gesta independentista.
Fue perseguida, apresada y finalmente fusilada el 27 de febrero de 1845 por negarse a delatar a sus compañeros de lucha. Murió de pie, firme, y se dice que sus últimas palabras fueron: “¡Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República!”.
¿Puede haber un mayor acto de entrega que el de dar la vida por la patria? ¿Puede haber un legado más fuerte que el de quien elige la verdad y la libertad, aún sabiendo que su precio es la muerte?
Y sin embargo, mientras su nombre figura en placas oficiales y su rostro aparece en afiches cada 27 de febrero, la juventud dominicana —con contadas y valiosas excepciones— parece cada vez más desconectada de su memoria.
Vivimos en un país donde los referentes heroicos han sido sustituidos por influencers y celebridades cuyo único mérito es generar escándalo. Donde la música que domina las plataformas digitales no promueve valores, ni identidad, ni conciencia, sino una espiral de consumo, violencia, sexo vacío y drogas que alimenta la descomposición social.
Mientras María Trinidad Sánchez caminaba kilómetros bajo el sol para entregar un mensaje a favor de la causa, hoy muchos jóvenes prefieren caminar hacia una discoteca o gastar horas en TikTok siguiendo retos absurdos.
No se trata de romantizar el pasado ni de negar a las nuevas generaciones su derecho a la diversión, sino de hacer un llamado a despertar.
De preguntarnos con seriedad si la juventud dominicana está realmente conectada con el país que quiere tener, con los principios que necesita defender, con las transformaciones que debe impulsar, porque no se puede construir futuro desde la ignorancia del pasado y tampoco se puede defender una nación que se desconoce o se trivializa.
El legado de María Trinidad Sánchez debería ser un grito en la conciencia nacional. No como estatua muerta, sino como símbolo vivo de lo que puede una mujer —una persona— cuando decide poner su vida al servicio de un ideal.
La pregunta ya no es solo si nuestros jóvenes saben quién fue ella, sino si están dispuestos a seguir su ejemplo, no a través de armas o guerras, sino desde la lucha diaria por la educación, la justicia, la participación ciudadana, la defensa de lo colectivo por encima del egoísmo individual, desde el rechazo frontal a toda forma de corrupción, exclusión o violencia, desde el compromiso con una patria más digna y un porvenir más justo.
Y para eso, no basta con criticar a la juventud: hay que educarla, acompañarla, abrirle espacios, escucharla. Los héroes de ayer no se honran con placas ni desfiles vacíos, sino con la acción cotidiana de ciudadanos que entienden que su historia es también su responsabilidad.
Si María Trinidad Sánchez viviera hoy, no estaría esperando una efeméride para actuar. Estaría en las aulas, en los barrios, en los medios, en las calles, impulsando cambios reales, inspirando con el ejemplo. La pregunta es: ¿estamos nosotros, como sociedad, dispuestos a seguirla?