«criadas», «sirvientas», «domésticas» y expresiones con una mayor carga de discriminación, se usan frecuentemente para designar a las trabajadoras del hogar, quienes tienen uno de los empleos peores remunerados, menos valorados y más carentes de derechos en el mundo.
Sabedoras de ello, mujeres dedicadas exclusivamente al trabajo en los hogares, provenientes de diversos países de América Latina y el Caribe, se reunieron en 1988 en Colombia, para analizar su situación personal y su participación en la economía de sus naciones. La principal conclusión fue la instauración del 30 de marzo como el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar.
Existe un Día Internacional del Trabajo Doméstico (el 22 de julio), pero esta otra fecha del 30 de marzo está dedicada especialmente para visibilizar la participación femenina en el trabajo de los hogares, y la muy mala remuneración que obtienen estas mujeres.
Como todos los días a los cuales la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha dedicado un espacio en su agenda internacional, ésta no es una fecha para celebrarse o para dar regalos. Se trata de visibilizar la problemática y lograr que, por lo menos un día, se hable en los espacios públicos sobre esta gran deuda histórica con las mujeres que realizan uno de los trabajos más pesados, sin obtener ningún ingreso por ello.
En gran parte del mundo, 9 de cada 10 personas dedicadas al trabajo doméstico remunerado, son mujeres.
De cada 10 mujeres que laboran como empleadas del hogar 8 son madres y 1 de cada 3 es madre soltera, casi todas sin acceso a guardería, por lo que además de realizar las labores domésticas deben cuidar a sus hijos, y mientras trabajan los dejan al cuidado de alguien más.
Pero es obvio que el trabajo doméstico no sólo lo hacen las trabajadoras del hogar. La doble jornada laboral implica que prácticamente todas las mujeres (trabajen dentro o fuera de casa) realicen labores domésticas no remuneradas.
Una de las peores cosas en el trabajo doméstico no sólo es la inexistencia de remuneración económica, sino el nulo pago simbólico que por esta actividad existe, debido a que casi nadie ve, ni valora las labores domésticas. Sobra decir que, en la mayoría de los casos, tampoco son muchos los integrantes de la familia que contribuyen o respetan este tipo de trabajo.
Sobre la invisibilidad y total desvalorización de su trabajo, hay organizaciones alrededor del mundo que trabajan por una reforma laboral que proteja y reconozca los Derechos Humanos de las mujeres trabajadoras y que garantice la equidad y la justicia social en el ámbito laboral, ante el hartazgo por la explotación de la que son objeto por parte de sus empleadoras quienes las contratan en empleos donde con frecuencia son víctimas de acoso sexual, maltrato físico y verbal.
La valoración del trabajo doméstico no puede dejarse solamente a los procesos de negociación que en cada hogar puedan establecerse. Independientemente de la regulación de la trata de personas forzadas a realizar estas labores, la remuneración del trabajo doméstico debe atenderse en los tres niveles de gobierno de todo el país. El tema es cada vez más urgente y las autoridades no pueden ya pasar por alto su regulación.