Cada 14 de junio, la República Dominicana detiene su memoria colectiva para recordar una de las gestas más valientes de su historia reciente, como lo fue la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, en 1959, cuando un grupo de hombres decidió enfrentar la maquinaria más cruel y represiva que ha conocido el país, la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.
Aquellos expedicionarios, apenas conocidos por sus nombres en libros escolares, desafiaron el miedo, cruzaron fronteras, y entregaron sus vidas para que hoy podamos hablar en libertad. Pero ante la efeméride, surge una pregunta incómoda: si esa historia se repitiera hoy, ¿los jóvenes se unirían a la causa… o lo grabarían en TikTok?
No se trata de cuestionar el valor de las nuevas generaciones, ni de idealizar el pasado. Cada época tiene sus retos, sus códigos y sus formas de participación.
Pero sí es necesario repensar qué estamos haciendo como sociedad para sembrar en la juventud el espíritu de compromiso que llevó a hombres como Delio Gómez Ochoa, Leandro Guzmán, Juan de Dios Ventura Simó y tantos otros, a dejarlo todo —comodidades, familias, futuro— por el ideal de una patria libre.
En 1959, los expedicionarios que aterrizaron en Constanza lo hicieron sabiendo que les esperaba una muerte casi segura. Eran apenas un puñado de hombres, mal armados, frente a uno de los ejércitos más despiadados del continente.
No había redes sociales que documentaran su valentía. No buscaban seguidores. No esperaban que nadie les diera likes. Su motivación era otra: liberar a un pueblo sumido en el miedo, callado por el terror, manipulado por un régimen que durante más de 30 años borró la disidencia y disfrazó la represión con patriotismo.
Hoy, en una era hiperconectada, donde cada segundo puede ser viralizado y donde muchas causas se diluyen en el ruido digital, cabe preguntarse si aún conservamos esa fibra que nos conecta con lo esencial.
¿Cuántos jóvenes conocen realmente lo que ocurrió aquel 14 de junio? ¿Cuántos entienden que esa historia no es un dato de examen, sino la raíz misma de los derechos que hoy ejercen? ¿Podemos esperar resistencia, indignación auténtica, coraje civil, cuando la mayoría del discurso político y social parece filtrarse por la pantalla de un celular, en formato de 30 segundos?
El 14 de junio no puede ser una fecha más en el calendario. No puede reducirse a una ofrenda floral ni a una mención en las aulas. Es un llamado a la conciencia, una invitación a preguntarnos qué estaríamos dispuestos a hacer hoy por nuestra democracia, por nuestra justicia, por nuestra libertad. Porque aunque no haya una dictadura visible, todavía persisten formas de opresión más sutiles: corrupción normalizada, indiferencia ciudadana, manipulación mediática, violencia institucional y desigualdades sociales que gritan en silencio.
Y por eso, el mejor homenaje que podemos rendir a los hombres del 14 de junio es confrontar nuestra pasividad, nuestra comodidad, nuestro cinismo disfrazado de neutralidad. Es cuestionar si estamos formando jóvenes que sueñen con cambiar el mundo o apenas usuarios que consumen el mundo sin preguntarse nada. Es educar para el coraje cívico, no para la obediencia. Es construir ciudadanía, más allá del hashtag.
Quizá el 14 de junio no se repetiría igual hoy. Quizá ya no se necesite una invasión armada. Pero sí se necesita, con urgencia, una revolución ética. Una expedición hacia el compromiso real, hacia el amor por la patria, hacia la solidaridad que no se publica, pero se practica. Porque el país no necesita más influencers; necesita referentes. No necesita más espectadores; necesita actores.
Si el 14 de junio ocurriera hoy, el futuro de la patria dependería de si nos detenemos a grabarlo… o a defenderlo.