El santoral católico recuerda hoy a San José de Cupertino, un religioso de origen italiano que fue canonizado el 16 de julio de 1767 gracias al Papa Clemente XIII. De pequeño, tuvo una niñez complicada, ya que nació en el seno de una familia humilde con apuros económicos.
Nace en Nápoles durante el reinado de Felipe III. En él se pone de manifiesto la fuerza de Dios para confundir a los soberbios del mundo. Y es que este Santo encuentra grandes dificultades para aprender a leer y para ejercer un oficio. Intenta entrar en los franciscanos conventuales, pero no le dejan. Al final, ingresa en Santa María de Grotella.
Durante su adolescencia, quiso ingresar en la Orden Franciscana pero no le admitieron. Más tarde, formó parte de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, siendo expulsado de la congregación a los pocos meses a causa de su personalidad despistada. Como la relación con su madre se había enturbiado a raíz de la muerte de su padre, se marchó a trabajar a un convento de los franciscanos, donde se convirtió en religioso de pleno derecho en 1625.
Allí fue ordenado sacerdote tres años después, realizando duras penitencias durante los primeros años de su carrera sacerdotal. Lo que se cuenta de la vida de San José de Cupertino es que tenía una gran facilidad para abstraerse durante la oración, por lo que alcanzaba el éxtasis de forma recurrente durante la Santa Misa.
Sus superiores lo eligieron para exorcizar demonios, pero el Santo se consideraba indigno de hacerlo. Por ello usaba la siguiente frase contra los malignos: “Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mí, sino por la obediencia que le debo a mis superiores”. Y los demonios salían.