Hoy, en un acto de solemnidad y compromiso, las autoridades de Nagua se reunieron con representantes de la sociedad civil para abordar uno de los temas más urgentes de nuestro tiempo: la seguridad ciudadana.
En la Mesa de Seguridad, Ciudadanía y Género se discutieron estrategias, se delinearon planes y se ofrecieron discursos sobre la importancia de proteger a los ciudadanos. Todo suena muy bien. Casi esperanzador.
El único detalle—insignificante, por supuesto—es que en la mesa principal se encontraban algunos de los responsables intelectuales y materiales del desalojo ilegal y abusivo que se ejecutó en el sector Hábitat de El Factor, sin que, aún hoy, haya habido, si quiera, una disculpa.
Una coincidencia meramente fortuita, dirán algunos. Otros, más escépticos, podrían sugerir que esta es una de esas ironías que solo la vida (y la política) pueden ofrecer con tal precisión.
Pero la paradoja no termina ahí. Mientras las autoridades debatían cómo garantizar la paz y el bienestar de la comunidad, en otra parte del pueblo, una joven era violentada por un agente de la DIGESETT. Su «crimen»: haber sido detenida abruptamente para una fiscalización. El resultado son golpes en su cuerpo tras caer al pavimento por la fuerza desmedida del agente que, en teoría, está para «servir y proteger».
Aquí es donde la historia se vuelve realmente fascinante. Los que diseñan estrategias para «combatir la violencia» parecen ser los mismos que la perpetúan. Los que hablan de «garantizar la seguridad» son los mismos que siembran el miedo. Los que prometen proteger los derechos de los ciudadanos son los mismos que los atropellan.
Tal vez sea parte de una estrategia más compleja que no alcanzamos a comprender. Quizás el concepto de «seguridad» tenga múltiples interpretaciones, dependiendo de quién lo defina. Lo cierto es que mientras la seguridad se discute en cómodos salones con aire acondicionado, la inseguridad se vive en las calles, en los barrios y en la cotidianidad de los ciudadanos.
Al final, esta reunión deja una pregunta flotando en el aire: ¿cómo pueden quienes violan derechos, abusando de su poder, ser los mismos que nos prometen justicia? Quizás en la próxima mesa de diálogo puedan responder. Aunque, si somos realistas, la respuesta ya la conocemos.