En Nagua, cada amanecer trae consigo la misma escena angustiante; el mar avanza, comiéndose un poco más de la tierra que sostiene a una ciudad en franco desarrollo. La historia del Malecón de Nagua es la crónica de un reclamo que se arrastra por décadas, una promesa largamente pospuesta que, de no atenderse con decisión y prontitud, podría costarle caro a toda la provincia María Trinidad Sánchez.
Fue bajo la presidencia de Leonel Fernández, hace más de una década, cuando se dio el primer picazo para la construcción del Malecón de Nagua. El proyecto nació como un ambicioso plan para dotar a la ciudad de una barrera de protección frente al mar, al tiempo que ofrecía una avenida costera moderna con espacios recreativos. La Oficina Supervisora de Obras del Estado, encabezada entonces por Félix Bautista, ejecutó los trabajos iniciales con un presupuesto que, tras varias adendas, superó los RD$1,600 millones.
Sin embargo, el sueño comenzó a desvanecerse con los años. En 2012, durante el gobierno de Danilo Medina, la obra quedó paralizada sin explicaciones convincentes, dejando una franja costera vulnerable y a una población frustrada. Los nagüeros observaron cómo la promesa de desarrollo quedaba sepultada bajo la burocracia y la indiferencia, mientras la erosión costera seguía su curso implacable.
La llegada de Luis Abinader a la presidencia en 2020 revivió la esperanza. En junio de 2021, el mandatario dio inicio al relanzamiento de la construcción del Malecón de Nagua, esta vez con una inversión estimada en más de RD$2,700 millones.
El nuevo diseño no solo contemplaba la protección costera mediante geo-tubos, muros de contención y espigones, sino también una moderna infraestructura con cuatro carriles, ciclovías, áreas recreativas, un muelle de pescadores y una marina que posicionaría a Nagua como un polo de desarrollo en el Nordeste.
El Gobierno aseguró que se trataba del mayor proyecto de inversión en la historia de la ciudad, con el potencial de transformar su dinámica económica y turística. Para muchos, era la oportunidad de cerrar de una vez por todas la herida abierta que la erosión había causado en la costa.
A cuatro años de aquel anuncio, el panorama sigue siendo mixto. Por un lado, se registran avances en las estructuras de contención, preparación para la pavimentación de vías y trabajos en áreas que serán recreativas. Por otro, persisten los retrasos.
En junio de este año, el propio ministro de Obras Públicas, reconoció que el ritmo de trabajo ha sido “lento” y pidió acelerar la obra para cumplir con las fechas previstas de entrega por parte de contratistas.
La ciudadanía observa con escepticismo y preocupación. Cada día perdido es un día en que el mar sigue avanzando, devorando la costa y poniendo en riesgo viviendas, comercios e infraestructura esencial.
Para una ciudad cuyo crecimiento ha sido acelerado en la última década, la ausencia de un malecón funcional no es simplemente un retraso de obra pública; es un peligro latente para su estabilidad social y económica.
El Malecón de Nagua no es un accesorio urbanístico ni una obra de vanidad gubernamental. Es una necesidad estratégica para garantizar la seguridad de la población y sentar las bases del desarrollo sostenible.
Nagua, con su posición geográfica privilegiada y su potencial para convertirse en el centro económico y social del Nordeste, requiere con urgencia de una infraestructura costera capaz de protegerla de los embates del océano Atlántico.
Sin esta obra terminada, los esfuerzos por atraer inversión turística, mejorar la calidad de vida de los nagüeros y fortalecer la economía local se verán comprometidos. El Malecón no es una promesa política más; es un muro entre el progreso y el retroceso.
Es hora de que las autoridades redoblen esfuerzos. El Malecón de Nagua debe ser terminado con la calidad, visión y celeridad que demanda la situación. La población, que ha esperado pacientemente durante más de 15 años, merece ver concluida una obra que le devuelva seguridad y esperanza.
Nagua no puede permitirse más demoras, cada día cuenta. La historia juzgará a quienes, teniendo la oportunidad de salvarla, optaron por la indiferencia o la lentitud y reconocerá a quienes entendieron la urgencia de aquellos que, hicieron lo que tenían que hacer, cuando les tocó la oportunidad.
Por Amaury Reyna, director de Elnaguero.com