Yo nací en República Dominicana, aquella tierra colocada en el mismo trayecto del sol, llena de oportunidades, de gente optimista y solidaria, un pueblo que no teme a conocer sus vecinos, compartir con su comunidad y ofrecer su calor a quien le visita.
Yo nací en una tierra preñada de caña, cacao, arroz y de béisbol, que gusta en demasía del merengue, caracterizada por el famoso complejo de guacanagarix y donde se le busca to’ lo acotejo al que llega.
Mi tierrita, dominicana, es una tierra de gente alegre y playas hermosas, donde sin miedo y mirando al mar puedes recostarte en un chase long y disfrutar de la frescura y sabor de nuestra rica agua de coco, una nación con imperfecciones cómo cualquier otra, pero con particularidades que la hacen única.
Sabemos que las comparaciones son odiosas, pero gracias a las mismas es que podemos saber que tres son más que dos. Qué somos libres de terrorismo, narcopolítica y otras males que sí afectan a naciones con las que penosamente por tremendismo o sensacionalismo nos comparan. Podremos quizás no ser la mejor nación del mundo, pero lo que sí sabemos, es que sin duda alguna somos el mejor destino de Latinoamérica.