El crimen de Emely Peguero es un crimen atroz, un hecho repudiable, algo espeluznante, horrible. La sociedad en pleno lo repudia, pero no por ello debemos sucumbir al populismo penal y al irraciocinio.
En esto hablo como estudioso del derecho y como sujeto (posible cliente directo o indirecto) del derecho penal y muy a título personal. Yo, o usted podríamos ser mañana imputados de un crimen, no existe vacuna contra el influjo del Derecho Penal, así que construir reglas claras y cumplibles es una obligación de todos. Una justicia igualitaria y legalista es una aspiración sublime de la humanidad.
De ahí que no encuentre ningún elemento dentro de los conformantes del crimen de la indefensa menor, de la proposición fáctica del Ministerio Público y de los querellantes que pueda servir para imputar a esta señora la complicidad en el homicidio agravado cometido por su hijo.
Es popular decir lo contrario, es hasta un peligro hacer estas afirmaciones pues los ánimos sociales se caldean cada vez más y tienden a hacer surgir unos fundamentalistas del insulto que pueden acudir a la violencia.
La pregunta qué hay que hacerse para entender jurídicamente esta afirmación es si “¿sin la participación de Marlin Martínez, sin los hechos que se le atribuyen, estaría viva Emely Peguero? La respuesta es no. Pues toda su participación resultó ser ‘ex post facto’, es decir, después de la ocurrencia de los hechos segadores de vida, salvo el presunto hecho de prestar las llaves de su apartamento a su hijo, lo cual no luce convincente pues lo normal es que este tenga sus propias lleves del apartamento de su madre, y la supuesta y vaga afirmación atribuida a la imputada de que esta le dijo a su hijo “resuelve eso” en relación a un embarazo de la menor, lo cual pudo haber significado muchísimas cosas como “cásate con ella”, “ponte a trabajar”, “ese es tu problema”, “mándala para afuera”, “habla con sus padres”, “hazte responsable”, y no necesariamente “mátala”, pues se estaba dirigiendo a un muchacho, hoy delincuente, de 20 años, sin historial delictivo, no a un sicario que menos que esas palabras le significaría poner en movimiento su capacidad cegadora de vidas.
La justicia dominicana se juega una carta peligrosa, pues toda su credibilidad está en juego, y de la decisión que resulte de ese juicio sabremos si tenemos una pantomima de justicia o una creíble, contramayoritaria y justa.
No todos se atreven a convergir conmigo en este punto, pues le temen a ser cuestionados, pero pienso ahora en el poema de Berthol Brencht, que manifiesta que se llevaron a todo el mundo, uno por uno y por ocupaciones, con la decidía cómplice de todos, pero resultó tarde cuando le tocó al autor.
Marlin Martínez tuvo un mal manejo, un manejo emocional, un manejo madre. Hizo cosas para tratar de obstruir la justicia, de impedir que recaiga la responsabilidad legal merecida sobre su hijo, en sus excesos convocó a una rueda de prensa y a sabiendas vendió una historia distorsionada de los hechos, nada que le pudiera ser recomendado por un buen abogado, a quien debió acudir de inmediato para no estar pasando las situaciones indeseadas de hoy. Pero no obstante este accionar criticable, mal sano y tipificable, no la hace cómplice de los hechos de conformidad con los artículos 59 y siguientes del Código Penal dominicano.
Por Ysmael Molina Carrasco