Pedro Santana no dudó mucho para aceptar la solicitud de Los Trinitarios de unirse al paupérrimo molote de hombres que llamaban ejército separatista pues ya su compadre Eugenio Miches le había explicado de manera muy llana que “Patria viene de patrimonio”. Esto fue suficiente para la lógica del hatero que de inmediato se puso a arengar sus peones para machete en mano, bajar a caballo desde El Seibo a Azua a batirse contra los haitianos para poner fin definitivamente a los 22 años de oprobio que significó la Ocupación Haitiana (1822-1844).
En su mentalidad primitiva pero muy instintiva, el futuro titán de bronce comprendió que era necesario que todos los hombres se lanzarán a defender la Patria recién nacida como única forma de garantizar que sus dominios, propiedades e intereses no cayeran en manos ajenas como le había sucedido a su familia y a muchas más cuando a finales del siglo XVIII, tuvieron que abandonar su natal Hincha, en la zona fronteriza, porque por una serie de eventos había caído en manos de los haitianos, pero esa historia es material para otro artículo.
Juan Pablo Duarte comprendió de otro modo, pero por los mismos motivos, aunque con pensamientos muchos más elevados y complejos que los del “Camaján”, que era imposible la convivencia de dos pueblos con rasgos y espíritus tan diferentes bajo un mismo gobierno, formando una sola nación. La inviabilidad de la “una e indivisible” de Toussaint Louverture fue detectada por el ojo zahorí del Cristo de la Libertad e inspiró la fundación de nuestra República como única forma de evitar la extinción de nuestro pueblo.
Este preámbulo demuestra que nuestros problemas con Haití son tan antiguos como la historia de ambos pueblos y que hoy, a 174 años de la proclamación de la Independencia Nacional la situación se encuentra en uno de sus puntos más críticos. La nación haitiana ha colapsado y de aquello que fue la colonia francesa más rica del mundo solo quedan ruinas humeantes sobre un árido suelo estéril, sus habitantes se mueven en las ciudades como sonámbulos sin rumbo y sin destino cumpliendo únicamente con sus funciones biológicas, sin más propósito que mantenerse vivos y respirando por puro instinto de supervivencia, no por ninguna razón lógica.
Hace cuarenta años Juan Bosch escribió que los haitianos habían tenido tan pocas oportunidades de desarrollarse que se encontraban en la fase más primitiva de la evolución humana y que esa situación empeoraría con el tiempo, afirmando que era esta la principal amenaza para el porvenir dominicano, hoy ningún tema nacional supera en importancia el de la descontrolada y masiva inmigración haitiana hacia nuestro país.
Sin embargo los haitianos no son responsables de la situación actual pues el deber máximo de todo lo que vive es mantenerse vivo, ellos no tienen esperanza en su lugar, las élites y el gobierno haitiano tienen políticas definidas para fomentar la inmigración, establecen cuotas y se ponen metas anuales, calculan en función de las remesas y de la presión que se quitan con cada persona que cruza El Masacre.
En este tema el pueblo no debe caer en la trampa del odio, el mejor patriotismo que podemos ejercer es exigirle al Estado de manera firme y enérgica que controle la frontera, hay que movilizarse, pronunciarse, escribir, actuar. Esto puede ser muy difícil porque la historia de ambos pueblos ha estado matizada por la sangre, el machete y la pólvora y hoy nuestros pueblos son más diferentes que nunca, sin embargo, y aunque es verdad que este desastre es la mayor amenaza para nuestra existencia como nación, debemos recordar que cualquier paso en falso puede costarnos todo lo que hemos construido en estos 174 años de historia nacional. El odio ciega, por eso, mis compatriotas, ante Haití mostrémonos sin odios.
Arq. Geraldo Fernandez